La idea le pareció algo natural a la escritora canadiense Margaret Atwood en 1990 y a su personaje Kat, a la que se le ha extirpado una bola de tejido piloso que incluía materia cerebral. «Le preguntó al medico si podría haber sido un embrión, un óvulo fertilizado que se escapó de alguna manera y se fue al sitio erróneo. No, dijo el médico. Había quien pensaba que esa clase de tumor estaba presente en forma germinal desde el nacimiento, o antes de éste. Podría ser el gemelo no desarrollado de la mujer.» Podría serlo, ya que «la bola de pelo le habla sin palabras… Lo que le dice es todo lo que nunca quiso oír sobre ella misma. Se trata de un conocimiento nuevo, oscuro y precioso y necesario. Es algo cortante.» Es algo realmente necesario.
Ante una obra de arte se debe guardar silencio, pero sucede que se habla ante ella como si no estuviese presente, como si la función del arte y su representación fuese la de provocar preguntas, la de formular respuestas, la de dar que hablar al hablar de arte cuando la única función del arte es hacer callar. Dejamos de ser nosotros para ser alguien desaparecido continuamente recuperado. Sucede en un breve espacio de tiempo. En 0,1 miligramos por segundo. Es un espacio vacío y recursivo. Cuando sucede, cuando el arte sucede, se debe guardar silencio y vaciar un espacio, este tiempo y este espacio, sólo después se formulan preguntas y respuestas.
Nudos, son fotografías o lo fueron en un tiempo. Son tejidos, o más bien, trenzados. Obras en las que se establece un diálogo recursivo entre medios de expresión, entre disciplinas. Tratan acerca de los límites de los medios con los que trabajamos, de su especificidad. En ellas se ponen en juego el vacío, la estructura, los códigos de los medios empleados, etc., en un espacio donde lo que es torna en otra cosa no tan ajena como podría parecer, que nos habla sin palabras. Un espacio fronterizo donde la frontera, a decir de M. Heidegger, no es aquello donde termina algo sino aquello a partir de donde comienza su esencia. Pero aquí no termina ni comienza nada. No es un problema fronterizo sino de territorializacion, es decir, de la toma, abiertamente, de un espacio conflictivo de confrontación y competencia cuyas fronteras nunca son definitivas. De este modo, se encuentran enmarañados, anudados a la fotografía, la arquitectura, la pintura, la cestería, el textil, etc.; y a la arquitectura, al andamiaje de los motivos, la presencia de la textura de un espacio agujereado y difractado, de una red articulada de vacíos. Si a caso, correlatos tomados de una misma trama. Entre estas resulta siempre un espacio, el del significado de la materia y la materialidad del significado. Esos pequeños huecos que quedan, es algo que se nos escapa. Cortante. Necesario.
Nos engendran como gemelos, cada mujer en cinta acoge a dos hijos en su matriz, pero casi todos nacemos finalmente solos. Sucede que el más fuerte de ellos no tolera la presencia de un hermano con el que tendría que compartir todo. Lo estrangula con el cordón umbilical, se lo come y luego sale al mundo manchado con ese crimen original, condenado a la soledad y traicionado por el estigma de su tamaño monstruoso. Uno de nosotros desaparece y el que desaparece deja tras de sí un cuerpo tan seco y delgado como un fragmento de papiro, con tal frecuencia, que se reconoce a estos residuos papiráceos como foetus compressus o foetus papyraceous. En ellos se escribe el mito del gemelo desaparecido.
(texto confeccionado para el catálogo Oito_artistas.gal a partir del informe inicial)